sábado, 11 de abril de 2020

Pablo el gran luchador (2 Corintios 10)


La lectura de 2 Corintios este año está siendo una nueva experiencia, una mirada al alma de Pablo. En especial, su concentración en la lucha por enderezar esa iglesia de Corinto donde ya ha invertido tanto tiempo. Su preocupación es tanta, que en Troas le vemos hacer algo que nunca hace, abandonar una puerta abierta (1 Corintios 2), por estar pendiente de las noticias sobre Corinto que le va a traer Tito. Desde allí va a Macedonia (más cerca de Corinto), donde al final recibe las noticias de Tito.

2 Corintios probablemente es su cuarta epístola (después de 1 y 2 Tesalonicenses y 1 Corintios). En las primeras 3 Pablo habla de la venida de Jesús como algo que él va a ver. Ya no vuelve a usar ese término hasta su última epístola, 2 Timoteo 4:6-8, donde habla también de su inminente ejecución.

Parece que después de esta lucha por la limpieza de la iglesia de Corinto se resigna al reconocimiento de que esa iglesia que él ha visto brotar desde Antioquía hasta Acaya, no ha respondido con el suficiente nivel de fidelidad que requiere la declaración de Jesús cuando dijo, Yo edificaré a mi iglesia (Mateo 16:18). Pablo ya está mirando otros campos (v 16). ¿Cuántos siglos necesitará la iglesia para ponerse en forma? (2 Pedro 3:9-15)

En nuestra lectura de este capítulo hay mucho que podemos aprender del v 4 sobre nuestra lucha.


III. NUEVA DEFENSA DE PABLO


Respuesta a la acusación de doblez

10:1- Yo, Pablo, os ruego, por la ternura y la bondad de Cristo. Se dice que cuando estoy entre vosotros soy muy tímido, y muy atrevido cuando estoy lejos. 2- Pues bien, os ruego que cuando vaya a veros no me obliguéis a ser atrevido con quienes nos acusan de hacer las cosas por motivos puramente humanos. ¡Estoy dispuesto a enfrentarme con ellos!

3- Es cierto que somos humanos, pero no luchamos como los hombres de este mundo. 4- Las armas que usamos no son las del mundo, sino que son poder de Dios capaz de destruir fortalezas. Y así destruimos las acusaciones 5- y toda altanería que pretenda impedir que se conozca a Dios. Todo pensamiento humano lo sometemos a Cristo, para que le obedezca, 6- y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia, una vez que vosotros obedezcáis cabalmente.

7- Fijaos en lo que es evidente. Si alguno está seguro de ser de Cristo, debe tener presente que también nosotros somos de Cristo. 8- Y aunque yo insista un poco más de la cuenta en nuestra autoridad, no tengo por qué avergonzarme, pues el Señor nos dio la autoridad para haceros crecer espiritualmente y no para destruiros. 9- No quiero que parezca que trato de asustaros con mis cartas. 10- Hay quien dice que mis cartas son duras y fuertes, pero que en persona no impresiono a nadie ni impongo respeto al hablar. 11- Pero el que esto dice debe saber también que, tal como somos con palabras y por carta estando lejos de vosotros, así seremos también con hechos cuando estemos entre vosotros.

Respuesta a la acusación de altanería

12- Ciertamente, no nos atrevemos a igualarnos o a compararnos con esos que se alaban a sí mismos. Pero ellos cometen una tontería al medirse con su propia medida y al compararse unos con otros. 13- Nosotros no vamos a gloriarnos más allá de ciertos límites. Dios es quien señaló los límites de nuestro campo de trabajo y quien nos permitió llegar hasta vosotros en Corinto.

14- Por eso, no nos estamos saliendo de nuestros límites, como sería el caso si no hubiéramos estado antes entre vosotros. Nosotros fuimos los primeros en llevaros la buena noticia acerca de Cristo. 15- Y no presumimos con trabajos hechos por otros y saliéndonos de nuestros límites. Al contrario, esperamos poder trabajar más entre vosotros conforme vayáis teniendo más fe, aunque siempre dentro de esos límites nuestros.

16- También esperamos extendernos y anunciar el evangelio en otros lugares más allá de Corinto; pero sin meternos en campo ajeno, para no gloriarnos de trabajos hechos por otros. 17- Quien quiera gloriarse, que se gloríe del Señor. 18- Porque el hombre digno de aprobación no es el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien el Señor alaba.

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