Lectura cronológica 87 en los evangelios
Mateo 22:15-33; Mar 12:13-27; Lucas 20:20-40
A veces estás en conversación con alguien y empiezas a darte cuenta que lo que le interesa no es el tema de la discusión, sino que te está tirando de la lengua para digas algo que puede usar en tu contra. Jesús, quien estuvo la noche anterior en oración (Lucas 21:37), no se desconcierta cuando le ponen trampas. Esta vez lleva el conflicto a otro nivel. ¡Hipócritas! llama a los fariseos, e ¡Ignorantes! a los saduceos. Como desenlace de este encuentro, a las multitudes se les aumenta la admiración por la enseñanza de Jesús y los enemigos abandonan su plan de atraparle.
Seguro que en algún momento has leído o visto en una película cuando Dios habló con Moisés desde la zarza ardiendo. ¿Te dabas cuenta que había allí una enseñanza sobre la resurrección de los muertos? Jesús dice a los incrédulos saduceos, que los muertos resucitan, aun Moisés lo enseñó, en aquel pasaje sobre la zarza ardiendo (Lucas 20:37). Esto es un ejemplo de la necesidad de sumergirse en la Palabra de Dios hasta que ella sea la formadora de nuestros pensamientos. Cuando lo piensas, esa conclusión está allí. Dios se presenta a Moisés como Dios de Abraham, difunto durante siglos. De haber pensado así, los saduceos habrían reformado su doctrina sobre la resurrección. Vemos aquí también un ejemplo del uso de la lógica para comprender las Escrituras, una especie de 1+1=2. Dios es el Dios de Abraham. Dios es Dios de vivos. Abraham está vivo. Hay vida después de la muerte.
Los cristianos del siglo 21 tenemos que aplicar esta clase de inferencia a los textos del Nuevo Testamento que hablan del poder de Dios. Mi padre sabe que tengo necesidad (Lucas 12:30). Él se preocupa por mí. Por lo tanto yo no me preocupo.