Lectura cronológica 82 en los evangelios
Jesús tiene autoridad sobre la naturaleza. Con su palabra manda que se seque la higuera. Tiene autoridad en la casa de Dios, limpiándola de la explotación económica que han establecido allí. Tiene autoridad también entre el pueblo. Leemos incluso que los jefes de los judíos le tenían miedo (Marcos 11:18). Va quedando claro que si él no quiere, no le van a matar. No hay forma. Más adelante seguirán con el mismo dilema, temiendo que el pueblo se alborote por Jesús (Mateo 26:6). La solución sería que alguno de los íntimos de Jesús les indicase cómo atraparle en ausencia de la multitud.
El día anterior entró en la ciudad como rey, y hoy está actuando como rey. Algunos podrían pensar en David, que después de consolidar su autoridad entró en Jerusalén y estableció allí el culto, trayendo el arca de Dios. Jesús no sólo limpia el templo, sino que lo ocupa, enseñando allí diariamente (Lucas 19:47). Luego, a los que vienen a atraparle les va a reprochar su método recordándoles que él estaba presente en público diariamente (Mateo 26:55) .
Una reflexión: desde el comienzo de esta lectura cronológica de los 4 evangelios vengo pensando en cómo Jesús aprovecha el tiempo. Duerme agotado en una barca en medio de la tempestad. Está a disposición de la gente continuamente, y sobre todo se dedica a los 12 apóstoles. ¿Y yo? ¿Estoy invirtiendo mi tiempo en una empresa eterna? ¿Por qué perdí inútilmente esas horas ayer? Podría excusarme diciendo que ni soy Jesús ni tengo sus circunstancias. También podría decir que estoy haciendo las cosas lo mejor que puedo. O podría aspirar a seguir sus pasos y hacer que cada hora cuente. Para ello tengo que regresar a Marcos 1:35 donde se ve su costumbre de madrugar y pasar un tiempo con su Padre para tener claro lo que iba a hacer ese día. De esa manera él puede decir Mi Padre nunca deja de trabajar y yo tampoco (Juan 5:17, Biblia en Lenguaje Sencillo).
Me propongo seguir también a Pablo quien dijo, He trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí (1 Corintios 15:10).
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