En una tienda de campaña en el desierto donde de noche bajan las temperaturas y de día el calor es insoportable estoy escuchando los sollozos de una mujer, con sus hijos alrededor, su marido roncando. El motivo de esta profunda tristeza lo puedes leer en Números 13-15. ¡Cinco años llevamos ya! Y faltan 35. ¡Treinta y cinco años mas! No puedo aguantar esto. Cada día la misma rutina, dando vueltas. Y esta sentencia nos la puso Dios mismo. ¿Cómo puede ser Dios tan cruel? No, ¿Cómo pudimos ser nosotros tan torpes, tan rebeldes, tan ingratos con nuestro Dios que nos había sacado de la esclavitud en Egipto?
Y al final de estos 40 años, según dicen, yo ni siquiera voy a estar, ni Josafat roncando allí tan pancho. Nuestro destino es morir aquí en este infierno de desierto; estos críos podrán entrar. Dios mío ¡que no sean ellos como sus padres! Que aprendan de nuestra estupidez y aprovechen.
Todos nosotros nos enfrentamos a decisiones así, que afectan nuestro destino y el de nuestros hijos. Lo que produjo esa reacción en el pueblo de Israel fue la simple incredulidad. Dios, que les había rescatado de muchas dificultades, por fin les ha ofrecido el resultado final de sus peregrinaciones. ¡Un Hogar! Con un sencillo requisito: confiar en él. La incredulidad es rebeldía. Y la rebeldía contra Dios representa el peor de los pecados. Tanto peca el que se rebela contra él como el que practica la adivinación; semejante a quien adora a los ídolos es aquel que le desobedece (1 Samuel 15:23). Y Dios se cansó. "Habéis dicho que preferís morir en el desierto. Os lo concedo.
Y vemos que ese rechazo de la garantía de Dios no tiene vuelta atrás. En nuestra lectura de Números 13-15 vemos que se "arrepienten", pero es tarde y se lanzan a una empresa suicida.
Debemos tomar nota de la nobleza de Moisés (Números 14:13). Se me sugiere el lema, "Puedes contar con Mo". Hasta cuando Dios decide abandonar el proyecto, Moisés (como en ocasiones anteriores) se interpone. Y gana.