miércoles, 24 de febrero de 2010

Todos los vientos empujan a Roma


    Difícilmente se podrían componer tantas mentiras en tan poco espacio como lo hace el procurador profesional Tértulo (1-8). Los judíos vienen muy preparados esta vez. El sacerdote, que es de los saduceos, no quiere repetir el fracaso del encuentro anterior (23:7). Solo trae a algunos de los ancianos (24:1). ¿No era gracioso cómo Pablo pudo confundir a sus contrincantes (c 23)? Tomando en cuenta la importancia que tiene para los romanos pacificar a los judíos (Recuerda Hechos 12:3), parece que Pablo no va a salir de ésta.
    El Romano, Félix, opta por la política de dar largas al asunto. Todo esto abre más puertas para dar testimonio del evangelio a las autoridades (vss 24-25).
    Dos años en la cárcel (v 27) es un tiempo muy largo cuando uno es inocente. (También cuando no lo es.) Pero el tiempo no funciona para Dios de la misma manera que funciona para nosotros. Para él no se borran los recuerdos, ni disminuye la fuerza de sus promesas. No se desanima. No empieza a dudar si va a ser posible conseguir lo que se propuso. El tiempo que transcurre entre su palabra inicial y su cumplimiento sólo servirá para asegurar que se ejecute su voluntad con la máxima eficacia. Así le pasó a José en la cárcel (Génesis 39:20).
    Me imagino a Pablo repitiendo lo que Dios le ha dicho, allí en la oscuridad de su celda vez tras vez, “Voy a Roma, allí tengo que testificar también. Todo conduce a Roma.” No hace falta que con antelación veamos cómo, lo importante es quién permite y emite las cosas.
¿Tengo izada la vela para que Dios me lleve?

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