Vitaminas Romanos 7:14-20
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De niño hemos usado esa excusa, “Yo no lo hice, ha sido mi hermano”. (Aunque con tantas familias que se limitan a un solo hijo, va perdiendo validez.) Parece que Pablo está dado a las excusas también. Dice cosas como “no entiendo por qué lo hago.” “No hago lo que quiero”. Incluso llega a decir, “No soy yo, sino que el pecado que hay en mí tiene la culpa". Y lo repite para enfatizar.
Cuando lo hayas leído pregúntate si se trata de tu caso. Vemos que Pablo no está intentando escurrir el bulto. Está haciendo un análisis agudo de su condición. Además, condición de cristiano. Como hijo de Dios, nacido de nuevo, su profundo deseo es vivir de manera que pueda traer satisfacción a Dios. Ése es el “yo” que utiliza tantas veces en este capítulo. Yo no quiero pecar es verdad en la vida de todo cristiano. Es imposible que esa nueva criatura (1 Corintios 5:17) que nació cuando tomamos la decisión de seguir a Cristo sea atraída a cosas que desagradan a su Padre Dios. Lo mismo que es imposible que un ser humano normal se sienta atraído a casarse con una rana.
De modo que esos fuertes deseos tienen que proceder de otra fuente, que Pablo nos ayuda a localizar. La llama “carne”, “cuerpo de muerte”, “el pecado que mora en mí”, indicando diferentes aspectos de esa fuerza que seguirá presente mientras estamos en este cuerpo. El motivo de identificar a este enemigo infiltrado es para dejar clara la verdad que ya presentó en el capítulo anterior, que la muerte de Jesús nos ha desvinculado de esa fuerza.
Con la misma fuerza con que la muerte de un cónyuge deja libre al otro, la muerte de Jesús (v 4) nos libra para elegir.
¿Creo en el poder que me libra para elegir?
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