Vitaminas (Lectura mínima) 1 Corintios 2:1-5
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¡Cuántas veces mi esposa me habrá mirado la forma de vestir pensando, “esos zapatos necesitan limpieza” o “ esa camisa está arrugada” porque ella está pensando en la impresión que alguien va a formar y quiere que sea positiva!
Cuando Pablo visitó Corinto por primera vez, viajando desde Atenas, la ciudad de la sabiduría, se había dado cuenta que a los griegos les impresiona la sabiduría con palabras altisonantes. Si se presenta como sabio y erudito, a lo mejor puede introducir el evangelio con mayor efecto. Sabemos que a Pablo no le falta preparación. Es capaz de citar tanto las escrituras como los poetas y escritores conocidos en su tiempo.
Pocos años después, escribiendo a la iglesia que se formó en Corinto él aclara la decisión que tomó. “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2). En vez de palabras persuasivas Pablo desecha la excelencia de palabras (v 1). En vez de enrollarse con la elocuencia, opta por la sencillez, convencido que el poder está en la presentación de la cruz de Cristo, un mensaje que a algunos les va a escandalizar.
¿Cómo hay que presentar el evangelio? Todo depende de los resultados que se pretende conseguir. Si Pablo hubiese querido una iglesia establecida sobre sofisticación humana (v 5), habría elegido otra táctica. Las dos clases de sabiduría no se mezclan. En la sabiduría humana, es obvio que cuanto más riqueza tienes, más influencia. Cuanto más numeroso tu ejército, más te puedes imponer. Esta clase de pensamiento es la que rechaza Pablo y está seguro (v 16) que tiene la mente de Cristo.
¿Por dónde ando en mi camino de conocer solamente la mente de Cristo?
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